Decir livianamente que escribo cuando quiero, es una mentira. Escribir no es sentarse y teclear, esperar con resignación a que lleguen los personajes.
Hace tiempo tengo esta historia en mis manos, en la cabeza, sulfurándome el cuerpo, llenándome de angustia. Quiero sacarmela de encima. Sin embargo, no basta con tener una buena historia, y cuando escribo buena, quiero que entiendan una historia que se puede escribir, no es suficiente. Pasó un larguísimo tiempo hasta que encontré la valentía de sentarme en el escritorio, o en la cama, o en el sillón nuevo de afuera, a tipear como una loca todo lo que veo tan claramente cuando sueño.
Hace falta algo más para escribir esa buena historia, falta el marco. El marco lo es todo. De qué manera voy a contar esta historia? La va a relatar una mujer? Podrá contarla tal vez un hombre? Será una carta, una ensoñación, un recuerdo, un mero relato, un cuento? Qué contiene a esta historia?
Ya ven, tener una buena historia, es como tener agua. No sirve sin vaso. Pero ese vaso, a la vez, puede ser un río, o una jarra, incluso una tormenta, el cuenco de los gatos, una fuente, una catarata, el juego en un parque de diversiones de verano. Qué cosa va a contener ese agua?
Decir que escribo cuando quiero, es una mentira. El agua sola, no sirve.
Hace una semana, encontré el contenedor. Ya sé quién sostendrá mi agua.
Estoy escribiendo mi tercera novela.